Adela Navarro Bello
12/06/2013 - 6:12 am
El Embajador
En México, los embajadores de los Estados Unidos hacen mucho pero dicen poco. Son figuras ligadas más al espionaje y al intervencionismo, que a la cooperación y el respeto a la soberanía. En parte debido a la política exterior de los Estados Unidos de opinar, a veces de manera coercitiva, sobre los asuntos de un […]
En México, los embajadores de los Estados Unidos hacen mucho pero dicen poco. Son figuras ligadas más al espionaje y al intervencionismo, que a la cooperación y el respeto a la soberanía.
En parte debido a la política exterior de los Estados Unidos de opinar, a veces de manera coercitiva, sobre los asuntos de un país en el que tiene una representación tan grande como es el caso de México; sus representantes, aliados y consejeros circunstanciales, se convierten en todopoderosos. Por otro lado, algunos países, como también es el caso de México, contribuyen a esa acepción al mostrar una dependencia del poderío norteamericano, no únicamente en términos económicos donde da igual: presidentes priistas o panistas han sido beneficiados con billetes, sino porque en la historia se anota, y en el libro El Embajador se confirma la presión velada que hacen a partir de consejas, los norteamericanos a los mexicanos y en la política interior de nuestro país.
Fui testigo del poderío de un Embajador de los Estados Unidos en México. Autos saliendo de su residencia oficial, donde se trasladaban secretarios de Seguridad, procuradores, generales y almirantes. La política exterior de los Estados Unidos está ligada a la política interior de México.
Pero los embajadores no hablan. Conceden pocas entrevistas, se dejan ver en lo privado. Generalmente en su residencia en las exclusivas Lomas del Distrito Federal, o en las blindadas instalaciones de la representación diplomática en el Paseo de la Reforma en México.
Actúan con un sospechoso sigilo. Hablan en voz baja y cuando sus opiniones se escuchan se trata de actos sociales, conmemoraciones históricas, declaraciones oficiosas sobre la administración pública federal, o en mensajes que dirigen a sus compatriotas radicados en suelo mexicano.
Poco sabemos los mexicanos en general de los embajadores norteamericanos en este país, de lo que piensan y de las argumentaciones sobre las decisiones que sus gobiernos junto al nuestro tomaron.
Poco sabíamos, hasta que llegaron los cables de Julian Assange; y las entrevistas de la periodista Dolia Estévez, compiladas en el libro El Embajador. Esta obra de literatura de no ficción, es una idea original de Dolia, auspiciada por el Woodrow Wilson Center. Pero que no hubiese sido posible sin la confianza y la credibilidad que como periodista se ha ganado a lo largo de más de 20 años de ser la corresponsal de México en Washington. Lo ha sido para El Financiero y ahora la escuchan en MVS y con Carmen Aristegui, entre otros. Ha sido una periodista perseguida. Los Hank pretendieron obligarla a delatar a sus fuentes informativas cuando ella develó la investigación titulada tigre blanco, que ligaba a Carlos y Jorge Hank Rhon al crimen organizado. Así conocí a Dolia, en medio de la defensa de la libertad de expresión y el periodismo de investigación hace ya muchos años.
Nueve de los embajadores que sirvieron en México entre 1977 y 2011 le concedieron el encuentro periodístico. Y así podemos sus lectores, finalmente, aún y en términos taurinos: a toro pasado, saber lo que pasó por la mente de estos representantes del Gobierno de los Estados Unidos en México.
El Embajador Patrick Lucey, quien lo fue en la era de José López Portillo, confiesa que en una semana visitó todos los días la Secretaría de Relaciones Exteriores, y que al Presidente lo veía cuando quería. Incluso como queda escrito en el libro, hubo servilismo por parte del gobierno mexicano en aquella era. Cito un relato que hace Lucey a Dolia: “Me acuerdo que un día el Canciller me mandó llamar y cuando llegué me dijo: el Presidente y yo vamos a viajar a China y van a ofrecer una cena de Estado en nuestro honor. Nos vamos a reunir con el Presidente Chino y quiero saber si hay algún mensaje que pudiéramos transmitirle a los chinos de su parte”.
A continuación, Lucey se comunica con el asesor de seguridad nacional de Jimmy Carter y le transmite el mensaje del Canciller mexicano, obteniendo como respuesta: “Cielos, nuestra relación con China es tan delicada en estos momentos que lo último que necesitamos es que los mexicanos se metan”.
Cuando la periodista pregunta al Embajador por qué México era tan importante para el gobierno de los Estados Unidos, la respuesta del diplomático deja ver que los intereses de los norteamericanos no han cambiado: por el petróleo y el gas, le dijo.
En la entrevista con el primer mexicoamericano nombrado Embajador de los Estados Unidos en México, Julián Nava, éste se refiere con desprecio de la prensa –aún la actual–; que toca el tema la corrupción en el sistema gubernamental mexicano y de lo bien que se llevaba con Fidel Velázquez, el sempiterno líder de la CTM a quien calificó de un gran hombre. Además informa la instrucción específica de su gobierno: “Teníamos una consideración primordial: queríamos que México nos vendiera más petróleo…», los árabes habían boicoteado la venta de petróleo a Europa y Estados Unidos, por su respaldo a Israel.
Nava confía a la periodista una anécdota sucedida en Baja California: cuando el gobierno de los Estados Unidos no agilizó el trámite para internar a ese país un caballo de 500 mil dólares que López Portillo regaló a Ronald Reagan, pidieron la intervención al entonces Gobernador del estado, Roberto de la Madrid, para solucionar el problema: Bob de la Madrid, obsequioso, montó el caballo, lo cabalgó en Playas de Tijuana, se internó en el mar y por ahí, sin aduanas, sin requerimientos, cruzó la frontera. Del otro lado lo esperaba un remolque para caballos que trasladó al equino hasta el rancho en Santa Bárbara, propiedad de los Reagan. Ahora podemos agregar el tráfico de animales al currículum de Bob de la Madrid.
El Embajador Julián Nava le confiesa otro tipo de intervenciones. Que la CIA tenía informantes en todas las oficinas de gobierno, que funcionarios mexicanos estaban en dicha nómina y que fue protegido por Arturo Durazo.
Dolia Estévez llega al actor hollywoodense John Gavin, convertido en Embajador por el también actor, Ronald Reagan. Las relaciones no fueron buenas, la periodista retoma el sentir del gobierno mexicano. Un inicial desencanto ante una persona que no era ni político ni diplomático, y un posterior enfrentamiento cuando México no concuerda con la política intervencionista de la Unión Americana en Centroamérica, particularmente en Nicaragua.
Gavin refiere los dos momentos más difíciles que vivió en México: el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena a manos del narcotráfico, y el terremoto del 85 en Ciudad de México. El Embajador acepta que altos funcionarios del gobierno de Miguel de Lamadrid estuvieron implicados –niega que Manuel Bartlett sea uno de ellos– y que entre la DEA y el FBI realizaron una lista que fue comentada con el Presidente, sólo para observar una inactividad en ese sentido.
John Negroponte fue Embajador en el esplendor del salinato. El diplomático cuenta los entretelones de las negociaciones del Tratado de Libre Comercio, las dos horas que el Vicepresidente Dan Quayle pasó con el Presidente Carlos Salinas, y donde las relaciones entre México y Estados Unidos estuvieron a punto de dañarse ante la insistencia del mandatario mexicano de sacar del país a un número considerable de agentes de la DEA. James Jones, Embajador del Estados Unidos de Bill Clinton y del México de Carlos Salinas, es uno de los más sinceros ante las preguntas de Dolia Estévez; en materia política le confía a la periodista: “Durante la era del PRI, estábamos dispuestos a pretender que en México había democracia porque preferíamos la estabilidad sobre la democratización”, también que su gobierno ignoró la corrupción mexicana para no abrir una puerta al comunismo. También en la entrevista lo lleva a admitir cómo el gobierno norteamericano estaba al tanto de la corrupción que rodeaba a Raúl Salinas de Gortari, y como su hermano el Presidente fue enterado de ello, sin consecuencias inmediatas.
La intervención de Jones en el gobierno de Ernesto Zedillo –él sí detuvo a Raúl Salinas– fue profunda en el inicio. Le confía a Dolia cómo el gobierno de Clinton entrega a Zedillo una lista de entre 10 y 15 personas que sugerían no estuviesen en el gabinete del nuevo Presidente de México, la conseja fue efectiva, acaso uno, sostiene Jones, quedó en el equipo zedillista.
Al Embajador Jeffrey Davidow, la periodista no puede evitar preguntarle por qué el gobierno de los Estados Unidos no quiso construir el caso contra Jorge Hank Rhon. La respuesta del diplomático asusta: “Se hubiera requerido una enorme inversión de tiempo y recursos en contravención y violación de acuerdos que teníamos con gobierno de México”. Una vez más, la palabra inocencia no cabe en el entorno de la sospecha sobre Hank.
A pesar de la extensa entrevista de Dolia Estévez a Antonio Garza, Embajador en tiempos de Vicente Fox y de Felipe Calderón, periodos en los que suceden hechos tan álgidos como la seguridad en las fronteras norteamericanas posterior a los ataques a las torres gemelas, o el incremento de la inseguridad en nuestro país, lo que los mexicanos recogemos del “inocente” diplomático, es lo que la periodista destaca en su introducción: su matrimonio de cinco años con la mujer empresaria más acaudala de México, María Asunción Aramburuzavala. No más.
El libro El Embajador cierra con la entrevista a uno de los embajadores más llamativos en los tiempos modernos: el que en la concepción general, fue corrido del país por el Presidente Felipe Calderón: Don Carlos Pascual. La víctima número dos, después del soldado Bradley Manning, de los cables revelados por Wikileaks.
En las comunicaciones hechas públicas, de las cuales Pascual dice a la periodista no puede afirmar si son o no verdaderas, el Embajador refiere las dolencias del Ejército mexicano para combatir el narcotráfico. Cuenta a Dolia de la relación que sostuvo con el Presidente Calderón antes y después de esas revelaciones. Este diplomático, uno de los cerebros que elaboró la Iniciativa Mérida para entregar mil 400 millones de dólares a México para el combate a la inseguridad, terminó prácticamente repudiado por el último Presidente panista.
Dolia Estévez con sus preguntas a los embajadores, nos hace participes de la otra versión de una relación bilateral. Los puntos centrales entre México y los Estados Unidos, los marcan sus entrevistados: el petróleo, el narcotráfico, el tratado de libre comercio, los rescates financieros, las inversiones y las veladas intervenciones.
A la lectura del libro, ustedes sacaran sus conclusiones.
* Texto leído en la presentación del libro El Embajador, de la autoría de la periodista Dolia Estévez, en la Feria del Libro de Tijuana.
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